En el transcurso de veinticuatro horas, los habitantes de Wilby, un pequeño pueblo de una isla, intentan seguir como si nada, como si lo que ocurre no fuese para tanto, ante una serie de acontecimientos que sí son para mucho. Mientras un escándalo amenaza con sacudir los fundamentos de la isla de Wilby, Duck MacDonald, el disléxico pintor de pancartas del pueblo, trata incesantemente de disuadir al deprimido dueño del videoclub del pueblo, Dan Jarvis, que intenta, aunque sea sin mucha convicción, llevar a cabo lo que a todas luces parece ser un intento de suicidio. Entretanto, Dan ha contratado los servicios de la superambiciosa agente inmobiliaria, Carol French, para que ésta le venda la casa. Con esa venta espera atar unos cabos sueltos. Carol, sin embargo, está más por la labor de vender la casa de su recién fallecida suegra al alcalde Brent Fisher, para poder así entrar en el círculo más exclusivo de la élite de la isla. Para dar ese importante paso social hacia arriba, a Carol le vendría bien la ayuda de su marido policía Buddy. Pero Buddy tiene más que suficiente con la perennemente sexy, y eternamente perdida, Sandra Anderson, que no sabe si va o si viene. A la hija de Sandra, Emily, no le gusta nada ver a su madre volver a caer, por enésima vez, en los brazos de hombres casados, nada recomendables. Pero la misma Emily está a punto de descubrir, por primera vez, y a golpes, algo de lo que tanto hablan: eso de que le rompan a una el corazón. Pero todo eso son menudencias al lado de lo que todos van a tener que afrontar a partir de esta noche cuando alguien descubre un cadáver en un armario.