"El invitado amargo"

Vie 31 Ene 2014

Publicado el miércoles en mi columna “Decadencias” de El Mundo.


"El invitado amargo"

A Vicente Molina Foix se le ocurrió la idea. Es novedosa y no siempre posible. Contar una historia de amor y desamor  a cuatro manos. O sea uno de los protagonistas escribe su versión en un capitulo y el otro en el siguiente, alternándose. Vemos los puntos de vista de los dos hombres que vivieron esa historia (1981-1983) hoy suficientemente lejana. Vicente Molina es bien conocido, el otro es el poeta alicantino también, Luis Cremades, que no ha tenido –parece- demasiada suerte en la vida. Yo soy un extraño lector para este libro sin duda interesante, porque fui la persona que presentó a los dos amantes y viví (u oí) casi todo muy de cerca. El libro es un logro en su idea básica (análisis del amor y de los celos) y también un logro –sobre todo en Molina, más experto- en las excursiones memorialísticas que ambos hacen a historias, personajes o situaciones  que, varias veces, tienen menos que ver con el meollo. Como el libro me ha gustado mucho, puedo decir mejor mis dudas. Lo mejor: el análisis y recuento del amor, de las infidelidades de ese shakespiriano “Invitado amargo” (Anagrama) que son los celos y hasta el fuerte desamor y casi rencor del mayor (Molina). Es decir, uno echa en falta aún más análisis y pese a que estén bien escritas y adornen, cree  que hubiera sido mejor adelgazar las excursiones foráneas, por ilustres o trágicas que a veces sean, de Benet a Savater, por ejemplo…


El lector comprende pronto –pero a toro pasado, lo que excusa a los protagonistas- que están en una relación imposible, claramente llamada al fracaso. Molina (maduro) busca un amor, el verdadero amor, aunque a veces sea egoísta, ¿qué enamorado no lo es? Pero Cremades  (joven) busca un maestro, alguien que le guíe y enseñe –suele aparecer como inseguro- pero con la libertad, muy de la época, de probar la fruta del cercado ajeno. Hay momentos de plenitud y muchas suspicacias que terminan rompiendo, lo que nunca se ató bien, porque era imposible. Es grato el retrato de Aleixandre –para quienes lo conocimos bien- como tenaz defensor de las parejas “epénticas”, en voz de origen lorquiano, homosexuales.  Al fin, uno diría que el tiempo ha borrado las heridas que     –en Molina especialmente- fueron amargas. Insisto, ese es el lado mejor de este libro dual: el desnudamiento de la pasión amorosa y su caída hasta la inquina. En tal camino el libro deja casi con hambre. El conjunto resulta óptimo, incluso en el menos avezado Cremades que cuenta sobriamente su enfermedad, sin autocompasión. A mí me pinta mal en una escena inicial falsa, sin duda porque lo desdeñé y se lo pasé a otro. Miente. Él se me rindió con armas y bagajes, pero las armas eran chicas y los bagajes estaban por venir. Lógico que me riña, feo que mienta, ojalá no haya otras mentiras en su parte. Pero es minucia en un libro grande, atractivo y original. Deconstruir un amor real e imposible. Gloria y daño. Belleza de la búsqueda interior, incluso airada y paseo sólo por los adornos circunstantes. En cualquier caso, una obra singular y distinta. Con garra.